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Dolores Reyes, “la Canija”, sin duda, una biografía adelantada a su tiempo.
Una mujer de etnia gitana que vivió una vida muy distinta a la que se
esperaba para ella en una sociedad rural, de principios del siglo XX, donde
tan difícil lo tenían, las mujeres, más aun siendo gitanas, para salirse del
camino marcado.
Dolores,
egabrense de nacimiento, queda huérfana a muy temprana edad, fue criada por
su abuela y este hecho y la decisión que esta tomó para su nieta, definieron
a la postre el destino de Dolores…Y es que, Sofía (que así se llamaba su
abuela), apostó por dotar a Dolores de una educación muy por encima de la
media de la época.
Abandona
Cabra a los 17 años, tras casarse muy joven (cumpliendo, esta vez sí, la
tradición gitana), con Luis Cortés, vecino de Puente Genil, donde residiría
el resto de su vida. De este matrimonio nacieron 12 hijos, de los que
sobrevivieron 7, a los que Dolores se encargó de dotar de una buena
educación como habían hecho con ella.
Esa educación
de la que hablamos, hizo que Dolores no limitase su vida a la cría de sus
hijos, sino que desarrolló por un lado una importante labor en el negocio
familiar. Su marido, tratante de ganado y al parecer, muy hábil en las
negociaciones, se veía limitado por no saber leer ni escribir y eso hubiera
impedido prosperar al negocio de no ser por Dolores, que se hizo cargo de la
gestión económica y la documentación, así como la redacción de contratos de
compraventa y demás menesteres.
Cuentan que
llegó a ganarse la confianza de un cuerpo como el de la Guardia Civil, tan
distanciado del colectivo gitano en aquellos años, hasta el punto en el que
en alguna ocasión llegó a quedarse al cuidado de los hijos de alguno de sus
componentes cuando tenían que ausentarse.
Precisamente
con la Guardia Civil, cuentan también una anécdota en la que Dolores tuvo
que personarse en la comandancia de una localidad vecina, para esclarecer la
detención de su marido. Al parecer, lo encerraron en el calabozo, tras
solicitarle la documentación de los animales que acababa de comprar y
entender que la descripción de uno de ellos no coincidía con lo escrito.
Dolores se presentó, diccionario en ristre, para demostrar que la
descripción era correcta y el error estaba en el desconocimiento del
significado de una de las palabras que describían el pelo del animal. El
asunto se solucionó con una disculpa un tanto abochornada de los guardias,
dando la razón a Dolores.
Fue también
una mujer querida y respetada por su labor social, enseñando a leer y
escribir a los hijos de sus conciudadanos con menos recursos, sin
discriminar niños y niñas, fueran gitanos o no… Sin duda todo un ejemplo de
convivencia que hoy día estaría de actualidad y que en su época fue toda una
pequeña revolución. Tampoco era extraño que se recurriese a ella como
redactora y lectora de cartas o cualquier tipo de documentos, por parte de
sus vecinos, a fin de cuentas, siempre puso su conocimiento por encima de la
media de su tiempo en la sociedad que le había tocado vivir, al servicio de
quien los necesitara.
Dolores
falleció a los 86 años habiéndose ganado sobradamente el respeto de quienes
la conocieron y unos años después, le fue concedido el honor de dar nombre a
una calle.
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